Los lamentos siempre llegan tarde. Y no es porqué no aprendamos. Es porqué no queremos. Realmente, no queremos.
Sin palabras, vamos clamando que nos importa muy poco lo qué le ocurra a la persona que tenemos en frente.
Sabemos cuando alguien está desesperado, pero no hacemos nada cuando podemos hacerlo. Todo es una gran farsa. Igual que los lamentos, siempre tan fuera de tiempo.
Y lo mal que nos sienta que nos canten las verdades a la cara. Superficiales, egoístas e intolerantes.
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