domingo, 30 de mayo de 2010

VOYEUR



Strawberry swing "Coldplay"
















Me gusta especialmente observar a la gente. Una de las cosas buenas que tiene mi trabajo es que me permite hacerlo. Observar y atisbar por puertas que me abren personas que no conozco de nada, sobre sus vidas, sus realidades. Además es cómo si estuviera en una burbuja en la cual el tiempo se ha detenido...mientras unos, la mayoría, inmersos en la velocidad vertiginosa, resuelven sus asuntos, otros pocos, se arrastran a sus quehaceres cómo si les pesase el alma.

El metro ofrece un amplio abanico de oportunidades. Te cruzas con cientos de personas. Cada una con una vida, una historia. A veces puedes ver pequeños retazos de capítulos de esas historias, en forma de escenas muy claras cómo unos novios que se besan, se discuten o un padre regañando a su hijo.
Otras veces, sucede una conversación reveladora justo en el asiento de al lado de alguien a través del móvil, o entre dos personas sentadas junto a tí.

Algo a lo que me gusta "jugar" es cuando me cruzo con alguien que va hablando con otra persona. Y justo al cruzarnos, capto una frase determinada. Me gusta imaginar que es un mensaje para mí.

Hay personas que llevan su historia en la cara, en los ojos, en su ropa...o todo a la vez.

El pasado miércoles, cuando subí al metro, reparé en una chica. Vestía de blanco y llevaba un pañuelo en la cabeza a modo de turbante, de un bonito color gris-azul. El contraste era lindo. No tenía cejas, ni pestañas. Imagino, tal vez me equivoque, que se debía a un tratamiento de quimioterapia. No tendría los 30 años.

Pero algo había en ella. Destilaba esa esencia que poseen tan sólo aquellos cuya alma se escapa a través del brillo que desprenden allí dónde están. Cuando llegó a su parada, bajó, y creo que se llevó parte de la luz.
Me gustó como permitíta que la gente posara su mirada sobre ella, sobre su aspecto. Digna, con fuerza, con una energía casi mágica. Y es que ella tenía un tesoro: el no olvidar a fuerza del dolor y el sufrimiento que la vida es efímira.

Al caminar por la calle, disfruto imaginando qué vida ha tenido esa señora mayor, o el chico con pinta de haber terminado la carrera, o el pintor que se me acerca, con su uniforme de trabajo, las manos manchadas de pintura seca. La camarera de tez morena, cabello negro y liso, el quiosquero pintoresco, boina calada, que escucha a Bob Marley mientras se lia....¿un cigarro?

Ese hombre de mediana edad, con traje y corbata, maletín en una mano y en la otra el móvil. Canas precoces sobre un rostro dónde unas ojeras restan vida a unos apagados ojos.La pareja que camina de la mano, sin hablar porque ya no tienen nada que decirse. La madre con sus dos hijos, y con expresión cansada y hastíada reprende a uno de ellos que se aleja demasiado de ella. Y en su tono puede adivinarse el agotamiento de alguien a quién sobrepasan sus circusntancias.
La barrendera, que con sus auriculares en las orejas, vacía una papelera ajena a la gente que pasa por su lado. Se limita a trabajar para pagar la cuota de la universidad o tal vez la letra del coche.
Una castaña con unas perfectas y "naturales" mechas rubias, vestida a la última (sobria y elegante, sin estridencias) pendientes Tous, melena lisa y recta y colonia de 150€ habla con el manos libres, de esa forma tan peculiar con la que hablan aquellos que han vivido envueltos en algodones, en un mundo dónde no eres nadie si a los 18 tus papis no te compran un MINI nada más sacarte el carnet de conducir.

Sí, admito que soy voyeur. Pero sólo un poquito ¿eh?
Aunque no soy la única. El viernes, mientras caminaba hacia el metro, al salir del trabajo, en dirección contraria, venían tres personas. Uno de ellos, un chico treintañero, hizo una foto al monumento que había detrás de mí (el Palacio Nacional de Montjuic) parecía que me la hacía a mí, jajajajaja Pero cuál no sería mi sorpresa, cuando, él chico, comprueba que la foto le ha quedado bien, sonríe, y ya llegando a mi altura, mi guiña un ojo y me hace un gesto que yo interpreté cómo: "has salido bien" Me parece que me hizo una foto...en cualquier caso, si así fue, es una excepción. Realmente hace un tiempo en que soy invisible para los hombres.

Cuando me dí cuenta de ello, incrédula tuve que aceptar que ya no tengo los firmes 25 años. La frescura se fue, y lo que queda de lozanía y juventud se apaga día a día, batalla a batalla.
Sí, la juventud se marcha sin que nos percatemos. De repente, un día ningún hombre te mira en el metro, ni en la calle, ni en el trabajo, ni el súper...

Sin embargo, he de reconocer que me siento muy cómoda parapetada en mi lugar discreto, desde el cual puedo observar sin ser vista. Ya nadie repara en mí, ya no llamo la atención.
Así que cómo hay que aprender a sacar partido de todo, un día jugaré a que soy una turista en mi propia ciudad, y cámara en mano haré de las mías.


Jugaré a observar la vida detrás del tul tras el que me ha colocado el tiempo.

2 comentarios:

  1. La mayoría de la gente pasa por la vida con los ojos cerrados. Siéntete afortunada de tener esa capacidad de observación y de analizar lo que te rodea.
    Sigue escribiendo.

    M.Teresa

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  2. Muchas gracias M. Teresa!
    Qué bonita, me sigues leyendo...

    Un beso a los dos.

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